SUMARIO
GALLARDO.
Gallardo era un tipo gracioso y ocurrente: bailaba y cantaba flamenco, y
tocaba la guitarra a las mil maravillas. Este hombre se dedicaba a la venta
de cordeles de pita, se veía de noche de taberna en taberna, con manojos de
pita sobre el hombro; de día se dedicaba a la venta de camarones; entonces
iba completamente vestido de blanco, con un canasto alargado tapado con un
paño humedecido para que se conservarse el camarón fresco. Por diez céntimos
vendía el cartucho de camarones.
La noche antes de su muerte, que fue en verano, estuvo toda la noche en la
puerta de su casa sentado en una silla, tocando seguiriyas y soleares y los
demás toques, hasta el amanecer el día, y poco tiempo después fallecía.
LOS “CURRENGUE”
Los “Currengue” eran dos hermanos que vendían helados por las
calles. Iban vestidos de blanco y llevaban unas tarras forradas con corcho en
las que transportaban la nieve, por donde tenían el contacto con la tarra iba
la nieve. Llevaban también otro cacharro con agua con un vaso de cristal para
el que lo quería en vaso; también llevaban las galletas, y por diez céntimos
daban un vasito de helado.
Los chiquillos llegaban con esta petición: "Currengue, regálame un
helado", y él contestaba: "Mañana". Al otro día decía lo
mismo, porque todos los días eran mañana...
PEREA CHÍA.
Éste era un buen hombre que se dedicaba a comprar huevos por las calles.
Antiguamente había corrales en todas las casas, y criaban gallinas y sobraban
los huevos, y las mujeres vendían los sobrantes. A todo el conocido que se
encontraba le decía: ¡Niño malo!.
Cierto día se le cayó el canasto de los huevos y los rompió todos, y lamentándose
de la pérdida dijo: ¡Me voy a ahorcar por los huevos!
También se dedicaba a la venta de loterías, ya que era el vendedor oficial.
“JUANILLO JOROBETA”
Juanillo era un hombre jorobado que se dedicaba a vender pasteles con un
canasto por las calles. A veces vendía almendrados que pregonaba:
“Almendrados a duro, comprarlos hoy, que mañana estarán más
duros”.
Al pobre Juan, a veces le quemaban la sangre con unas bromas muy pesadas. Se
ponían de acuerdo varios gamberros y le quitaban el canasto, se lo pisoteaban
y al mismo tiempo le destrozaban los pasteles. Este buen hombre, al verse sin
canasto y sin pasteles, lloraba amargamente por la pérdida del negocio, pero
una vez que se habían divertido le pagaban a Juanillo los pasteles. Esto lo
hacía Fuentes el torero: mandaba a alguien para que le estropeara el canasto,
y después a escondidas, le daba el dinero para que pagase dichos destrozos.
“JUANILLO TAMBORA”
“Juanillo Tambora”, o Juan Sánchez que así se llamaba, era
blanqueador y era también una buena persona, graciosa y simpática a la vez.
Tenía otro hermano todo lo contrario a él: muy serio y que apenas hablaba.
Este hermano no quería ir a la mili por nada del mundo, y entonces Juan se
fue en su sitio e hizo la mili en lugar del hermano, así que sirvió dos
veces.
Cuando iba a blanquear con el hermano, siempre donde trabajaba les invitaban
a una copita de anís por la mañana; la copa que le echaban a él se la bebía,
y pedía otra para su hermano; daba media vuelta y también se la bebía él.
Estaba cierto día blanqueando el convento de las monjas, y a los cristales
les había caído cal, como era natural; al verlo la superiora le dice: Juan,
hay que limpiar los cristales. Sí, madre, contesta Juan, traiga Vd.
aguardiente, que los limpia muy bien. Trajo la monja el aguardiente y en
cuanto volvió la espalda se dio un trinque; pero la monja lo vio y le dijo:
Juan, ¿te vas a beber el aguardiente? y este le contestó: Madre, es que con
el vahído se limpia mejor.
Todos los Viernes Santos, cuando llegaba Nuestro Padre Jesús a la calle
Victoria, con unas copillas de más, con lágrimas en los ojos, y un pañuelo en
la mano, vestido con camisa morada cumpliendo una promesa por una grave
enfermedad que sufrió, se ponía delante del paso hablándole a Jesús de tú a
tú, llorando contándole sus problemas, y diciéndole lo que había hecho de
comer Felisa, su mujer, para aquel día.
Era el año de 1937; las tropas nacionales ocupaban Santander. Juan trabajaba
con Luis Carrillo de albañil, y para celebrar el acontecimiento, Luis lo
invitó a unas copas hasta que lo emborrachó, y gritaba: ¡Viva Franco y el
otro! ("El otro" era el general Queipo de Llano, pero como se le
liaba la lengua con la borrachera, no podía pronunciar el nombre del
general.) Cada vez que decía esto, a Luis se le veía hasta la última muela de
las carcajadas.
Fue por carnaval, cuando metieron en un serón sobre un burro a Matilla y a
Riverín, personas muy pequeñas; les dan a cada uno un biberón lleno de vino,
y Ruanillo iba delante con su amigo Jiménez, haciendo de matrimonio: Juan era
el marido y Jiménez, con un pañuelo en la cabeza, la mujer. Iban llorando
porque tenían que mantener a los dos hijos y no tenían qué darles; el dinero
que recogían era… para comprar vino.
CURRO CORTÉS
El maestro Curro Cortés era una buena persona, muy
gracioso y muy ocurrente, siempre contando chistes y sacando cuartetas a
todo. Terminada la guerra, vino una gran epidemia de viruelas, y éste cayó
enfermo con dicha enfermedad. Fue ingresado en el Colegio Santa Ana, que
había sido convertido en hospital. Cuando iba un amigo a verlo, desde la
baranda del colegio le decía desde lejos:
¡No te arrimes a la baranda,
que te va a entrar lo que anda!
Empezó a llover un Viernes Santo, y la procesión de Jesús en la calle.
Sin mediar palabra, Curro se subió en el paso con un paraguas, y tuvo la
imagen cobijada con el paraguas hasta que escampó.
Otras veces llegaba al Cortijo del Caracol y decía: Vengo al Caracol, y
paso antes por Dos Hermanas. Esto lo decía porque al pasar por el
Cortijillo le echaban café la mujer del Perucho o su hermana María. |
“LA MORENA”
Era antes de los años 1930, cuando esta mujer habitaba en la calle La Luna, esquina con la Plaza Nueva, en una
accesoria. El por qué se le decía "la Morena" era un incógnito; vestía
completamente de hombre, gastaba gorra y fumaba mucho, cosa que en aquellos
tiempos solamente lo hacían las prostitutas, y trabajaba en el campo. En fin,
que su vida era de verdad cosa rara, en aquellos tiempos ninguna mujer hacía
cosas de hombres ni trabajaba en el campo.
“ANTOÑITO RIAS-PÁ”
“Antoñito Rias-pá” era un buen anciano del que los niños se
mofaban con el grito antes mencionado; este buen anciano parece ser que se
buscaba el problema todos los días: se paraba precisamente por donde pasaban
los niños cuando salían de las escuelas. En cuanto lo veían lo chuleaban
gritándole: ¡Antoñito Rias-pá, no te arrimes a la pared, que te vas a llenar
de cal! El pobre corría detrás de ellos pero éstos más corrían; este era un
caso de mal gusto y vergonzoso.
“EL LOCO CAVA”
“El Loco Cava” era un pobre demente que se paseaba todas las
tardes por las calles de la
Puebla a la misma hora; éste tenía muchas barbas y los
pelos largos, y la ropa toda andrajosa. Siempre iba con la cabeza agachada
mirando al suelo, no molestaba a nadie, pero los chiquillos cuando lo veían
enseguida gritaban: ¡El Loco Cava!, y salían corriendo a esconderse en sus
casas hasta que ya pasaba.
“FARRUCA”
“Farruca” era un hombre alto y corpulento que no daba un golpe
en una pelea. Se dedicaba a hacer mandados, y cuando venían a ésta las
compañías teatrales, se acercaba a ellos. Durante la guerra civil, pusieron
un teléfono en casa de Paco Angulo, hoy bar de Riberi, para que se comunicara
a Tablada (Sevilla) cuándo pasaban por aquí las avionetas. Farruca también se
dedicaba a hacer guardia mediante algunas pesetas. Pasa cierto día un avión,
y llama inmediatamente a Sevilla, y le preguntan qué dirección llevaba, y
este buen hombre contesta: camino de Bilbao. En Tablada se quedaron con la
boca abierta, porque se preguntaban que cómo se sabía en La Puebla que el avión iba
hacia Bilbao. Ellos no sabían que esto lo decía por el cortijo que hay en la Puebla, que se llama
Bilbao.
“TEZUMBO”
“Tezumbo” era un guardia municipal llamado Sánchez. Este buen
hombre era analfabeto; le regañaba el alcalde cuando llegaba tarde a su
trabajo, le señalaba la hora cuando él llegaba, y le decía que a esa misma
hora tenía que venir. Cogía el periódico al revés, y decía: Como siempre,
coches volcados y muchos accidentes.
JOSÉ CORONA
El bueno de José Corona, “El Tonto Corona”, se dedicaba a
llamar a los vecinos a la hora de las misas de madrugada, anunciaba el
tiempo, y también se dedicaba, por algunas pesetas, a limpiar las cuadras.
Acostumbraba a cantar esta copla:
Del Cortijo del Río vengo,
a guardarte la pringá,
si tú no tienes bastante
la partes por la mitad.
Arando en un barranco
se me perdió la lavija,
y le dije al capataz:
si no me entregas a tu hija,
yo te dejo de arar.
También solían decirle: José, báilame y te voy a dar cualquier tontería.
Se la enseñaban, y venía José corriendo haciendo el grajo.
“LA
PIQUILLO”
Carmen “la
Piquillo” era una mujer pobre y con muchos hijos; el
marido se dedicaba a la cacería y a buscar espárragos por los campos para
mantener a sus hijos. Cierto día llega al Casino y se encuentra con Antonio
Contreras (padre); éste se había casado por tres veces, enviudando por las
tres, y acercándose a él, le dice: Antonio, cómprame algún espárrago. Entonces
Antonio le dice: Cásate conmigo, Carmen. Y ella le responde inmediatamente:
¿Yo? ¡Antonio, tú tienes el Santolio en el c…!
“ANTOÑITO EL SEVILLANO”
“Antoñito el
Sevillano” era un zapatero que vivía en la calle Sol. Era muy ocurrente
y contaba muchos chistes, siempre tenia la zapatería llena de amigos que iban
solamente a escucharlo y a preguntarle historias, ya que éste leía mucho y
tenía muy buena memoria.
Aunque le decían “el Sevillano” era de la Puebla, pero tuvo que
marchar a Sevilla al quedarse huérfano por morir su padre repentinamente, con
su madre para buscar trabajo ya que era muy pequeño y tenía que mantenerlo,
así también como a otra hermana que luego se casó con un torero llamado
Manolito Valencia. El venirse a la
Puebla fue por el motivo de que enfermó, y el médico le
aconsejó que cambiara de aires.
Cierto día, se unió Antoñito a un grupo de niños que vociferaban detrás de
una mujer: ¡Se ha perdido un niño! Antoñito siguió a la comitiva hasta que
dicha mujer se paro y se sentó en un banco de la Alameda de Hércules; se
acercó a dicha mujer, encontrándose la sorpresa de que era su propia madre
que lo buscaba, y al verla le gritó: ¡Madre, no me he perdido, estoy aquí!
Este hombre sabía tanto sin haber estudiado por lo mucho que había leído y
por su buena memoria. Falleció mirando al techo, repitiendo todo lo que había
leído en su agonía, y fue el primero que fue enterrado en el cementerio en un
nicho, y no en el suelo como era lo habitual.
SEGUNDO “EL ENANO”
Segundo “el Enano” no era enano en realidad: esto era un mote
heredado del padre. Este buen hombre recibió de sus padres tierra y casas; al
fallecer el padre y luego la madre, se fue a vivir a la Posada de Juanito, en la
calle Morón, donde estaba casi recogido de caridad con un capital que fue
perdiendo poco a poco. Se murió hambriento y comido de miseria. Era un buen
poeta, pero no se conoce nada de él porque no dejó nada escrito: lo tenía
todo en la memoria.
Segundo el Enano acostumbraba ir a Sevilla, y casi todas las Semanas Santas
iba andando y les cantaba a las imágenes de las procesiones saetas de la Puebla, que resultaban
muy extrañas entre los sevillanos.
LOS “TORRECITOS”
Los “Torrecitos” eran una buena familia de gitanos que se
componía del padre y varios hijos, ya que la madre había fallecido. El padre
era esquilador y el hijo mayor, llamado Frasquito, era corredor y tenia mucha
gracia en sus conversaciones, otro hijo era Luis, cantaor de flamenco, que
aunque era de la Puebla,
por vivir en Morón le decían “Joselero de Morón”; otra hija que
tenían se llamaba Carmen, que era una gran saetera: las cantaba a las mil
maravillas.
El amigo Torres era una persona muy graciosa e ingeniosa, según demuestran
estas anécdotas: cierto día pelaba un burro en la puerta de una choza donde
había un perro amarrado, y a cada paso que daba Torres el perro le gruñía y
le enseñaba los dientes, y ya éste, mosqueado, se dirige al perro y le dice:
¡Oye, tú, mira que yo no te he preguntado que cómo tienes la dentadura, para
que me la enseñes tanto! Otro día le dijo a Patachula -refiriéndose a su hijo
Manuel, que era algo deficiente: Veremos a ver el día que yo le falte a éste,
que se come del plato una cucharada con treinta y tres garbanzos y en lo alto
una papa.
Otra curiosa anécdota que le ocurrió a nuestro amigo Torres, fue que estando
en la Plaza Nueva,
pasaba por aquel lugar Fran¬cisco Hormigo con una piara de becerros, ya que
este hombre se dedicaba a la cría y venta de ellos, pero en dicha piara había
algu¬nos con mala intención, y así fue que uno de ellos, al ver al Señor
Torres, le embistió. Salió corriendo éste a tal velocidad que se subió en la
cruz del mentidero que había en dicha plaza, y abrazado a la cruz se salvó de
las posibles contusiones que hubiera sufrido.
También estuvo con grandes dolores porque se le había clavado un cristal en
el pie y no había medio de quitárselo. Francisco Hormigo, al verlo tan
dolorido le preguntó:¿Qué te pasa, hombre? -Que me he clavado un cristal en
el pie, y no hay medio de sacármelo, le contestó. Entonces le dice Francisco
Hormigo: Dame un pañuelo que te lo voy a sacar yo -¿Tú, Francisco? –Sí,
yo. Francisco cogió el pañuelo, se lo puso en la boca y le dio tal bocado al
cristal que se lo sacó; Torrecito, cuando se vio sin el cristal se volvió
loco de alegría abrazando a Hormigo.
Moría Torrecito cuando se celebraba la feria de la Puebla, y estaba mal de
ropa para la mortaja, así que los vecinos le buscaron ropas y lo amortajaron.
Llega la hora del entierro, lo sacan para llevarlo al cementerio, y a los que
conducían el cadáver les ruega la mujer, llorando: ¡Hijos, dadle una
vueltecita por la feria para que vean lo arregladito y lo bien que va!
“MAGAÑA”
Antonio “Magaña” era un hombre raro, vivía en una chocita en
los terrenos del Caracol, cerca de un pozo y rodeado de animales: perros,
gatos, gallinas, etc. y acostumbraba a comer animales muertos. Era un hombre
de palabra; estuvo mucho tiempo en la cárcel porque un oficial le pegó en la
mili y él decía que al que le pegara, le pegaría él también: el oficial le
pegó, y Magaña le respondió. Este fue castigado y enviado a presidio.
Solía venir a la Puebla
en una borriquita, y en lo alto subido un perrito. Los niños le decían:
¡Antoñón con el bigotón! y él salía indignado corriendo detrás de los
chiquillos.
“EL PIÑITA”
“El Piñita” era un hombre que vivía en la Plaza Nueva y,
llegando la Cuaresma,
plantaba en la puerta de su casa un marco de madera, y preparaba hilos y
demás utensilios para hacer cinturones para los nazarenos de las cofradías de
la Puebla;
mientras trabajaba cantaba saetas y los pregones de Jesús, así que empezaba
una Semana Santa anticipada.
“EL PIPI”
“El Pipi” era familia de los Contreras. Era maestro albañil de
segundo orden y, cierto día, el buen hombre tabicaba el hueco de una alacena
y entonces, distraídamente, poniendo ladrillos y yeso quedó entabicado;
cuando se dio cuenta tuvo que derribar dicho tabique para poder salir.
“LA
JIMENITA”
“La Jimenita”
era una buena mujer que vivía junto al arco de la Ermita, que hablaba mucho
por las calles, y que salía todos los días por diferentes calles diciendo que
hacía el recorrido de Nuestro Padre Jesús. Gastaba un bastón, y estaba muy
mal de las piernas: siempre las llevaba liadas en trapos.
Siempre hablaba de sus hijos, particularmente de su Mateo, con todo el que se
encontraba, los cuales fueron injustamente acusados de haber echado un
anónimo y estuvieron por ello mucho tiempo encarcelados. Esta pobre mujer
pasó mucha pena, y todo el tiempo se lo llevó llorando por sus hijos.
Es tanto lo que charlaba que hay un refrán que dice: Charla más que la Jimenita..
“PEDRITO EL TONTO”
“Pedrito el Tonto” se llamaba Pedro López, y era hijo de una
maestra nacional llamada Rosario. Era un gran aficionado a la música; cuando
salía la banda de música por las calles de la Puebla o venía una banda
de fuera, se iba detrás de ella acompañándola a todas partes. Le decían:
¡Pedrín musiquín!, y a éste le hacía gracia y se reía; también le decían:
¡Pedrito, da un saltito!, y él obedecía contento. Esta era la afición del
pobre Pedrito: la música.
“EL CAPATACITO”
Así
se le decía a José Navarro Valle: “el Capatacito”. Éste era un
joven que sobre los años 1960
a 1980 vivía en la calle Ramón Moreno de los Ríos, y
su padre era el guarda del cercano colegio San José, conocido como “El
Narci”. La ilusión de este niño era la de ser algún día capataz y
dirigir algún paso procesional de la Semana Santa, y le gustaba sacar pasitos con
los amigos por las calles de la Puebla.
Pero tuvo la desgracia de perder a su madre, quedándose sin
el calor ni el cariño de ella; pocos años después se encuentra con el padre
muerto en su misma cama, ya que dormían juntos: había fallecido
repentinamente mientras dormía. José, al despertar y darse cuenta de lo que
pasaba, se levantó de la cama dando gritos llamando a los vecinos, como es
tan pequeño no puede abrir el cerrojo de la puerta para salir a la calle a
pedir auxilio, hasta que por fin saltó la tapia del corral un vecino y pudo
ver el triste cuadro.
El Capatacito se queda al calor de su abuela ya anciana; y por ser hijo de un
empleado municipal, las autoridades proponen que ingrese en un colegio
interno, pero se opone la abuela, que no quiere que el niño se separe de
ella. José seguía con su sueño de acompañar un paso de la Semana Santa de
Sevilla, entonces se le escribe a varias hermandades, y la única que contestó
fue la Hermandad
de la Candelaria,
donde un señor llamado Manuel Campos Álvarez llama al pequeño capataz y lo
aloja en su casa durante toda la Semana Santa; así que gracias a él, durante
varios años se cumplía el sueño del chiquillo.
Ya mayor fue capataz de la
Virgen de los Dolores, hermandad a la que pertenecía;
también empezó a trabajar en un bar como camarero, y posteriormente marcha a
Ibiza a trabajar como agente en la aduana.
PULSAR AQUÍ PARA LEER LA
POESÍA QUE LE DEDICÓ A JOSÉ
“EL CHICO Z…”
“El Chico Z…” era un hombre muy mentiroso y con mala
sangre; cierto día se le acercó un señor forastero y le preguntó: ¿Me puede
Vd. indicar dónde hay una “casa de niñas”? Éste le indicó su
propia casa, y cuando el forastero se presentó allí y dijo a lo que iba, le
salió la familia como fieras y corría el hombre más que los perros de
Padilla.
Otro caso que se cuenta de este hombre era que cuando fue a la mili compraron
entre varios paisanos una rueda de calentitos; como fingía también que
pillaba moscas con la mano y las masticaba y se las tragaba, al empezar a
comer los calentitos empezó a hacer la pantomima de las moscas para que los
demás dejaran de comer, y así fue que cuando lo miraban se les levantaba el
estómago de asco creyendo que era verdad, y ya no querían comer, y así
pillaba él la mejor parte.
JESÚS JIMÉNEZ
Jesús Jiménez era un muchacho estudiante de la Puebla con grandes
aspiraciones y ansias de llegar a ser un personaje. El padre, que le decían
“El Bizco Jamones”, tenía una tierra y un molino aceitero, y
sacrificándose, le dio al hijo carrera; Jesús como aspiraba a tanto se fue a
estudiar a la Sorbona
francesa. Conoció allí a una señora con la que contrajo matrimonio; esta era
una viuda de la 1ª Guerra Mundial; pero al poco tiempo de casado apareció el
marido, que no había muerto; hubo problemas y entonces vieron al Presidente
de la República
Francesa, que buen amigo suyo y también padrino de bodas,
el cual le dijo a ella que escogiera entre los dos a uno de ellos, que sería
entonces el marido. La esposa escogió a Jesús, se vinieron a vivir a España,
exiliándose durante la guerra civil a Méjico, donde falleció.
PEPE GUTIÉRREZ
Pepe Gutiérrez era una persona simpática y muy buen hombre, amistoso con
todo el personal. Este era alguacil del juzgado, era bajito y gastaba
sombrero de paja; cuando lo mandaban a llevar citaciones a algunas personas,
hablaba con todo el que se encontraba y se paraba mucho por la calle.
En los antiguos entierros se acostumbraba a dar el pésame a los dolientes:
“Usted descanse”, y al bueno de Pepe no le parecía bien que no se
mencionara al difunto; entonces acordaron varios amigos cambiar dicho pésame
por otro que decía: “En paz descanse”, y como Pepe era el primero
en darlo, al romper él con dicho pésame continuaban después todos los asistentes;
se dio la circunstancia de que no se empezaba a dar el pésame hasta que Pepe
no llegara.
Otra anécdota graciosa fue que tenía una carpintería en la calle Marchena, y
un día observó que llevaban mucho tiempo dos mujeres hablando en la acera de
enfrente; llevaban ya tanto tiempo que cogió dos sillas y dijo a uno de sus
hijos: Niño, llévale estas sillas a aquellas dos mujeres, que ya estarán
cansadas. Las mujeres al darse cuenta se marcharon inmediatamente sin mediar
palabra.
“LA
CARIOCA”
“La Carioca”
era una maestra nacional que, en los tiempos de la posguerra, vestía muy
moderna. Esta señora se maquillaba mucho, gastaba botas altas, se pintaba el
pelo, en resumen todo lo que hoy hace cualquier mujer. La bautizaron con el
nombre de Carioca; dicho nombre era el título de una canción de moda que se
cantaba en aquel tiempo. Vivía en la calle Mesones, y durante la guerra se
echó por novio a un oficial italiano procedente de un batallón de soldados de
dicho país que permanecían en la
Puebla.
“EL PINCHO”
Sobre el año 1940 vivía en la calle Molinos un albañil que se apodaba
“El Pincho”. Este siempre estaba borracho, su mujer, que la
llamaban “La Pasillo”,
se dedicaba a la venta de muebles y animales, y la traía por la calle de la Amargura con las
borracheras, porque la insultaba y la maltrataba. Ya desesperada un día le
dijo: Me voy a tirar al pozo. Y cierto día que estaba el Pincho distraído,
cogió una piedra gorda y la tiró al pozo, haciendo de ver por el ruido de la
zambullida que era ella. El Pincho al sentir el ruido salió corriendo a la
calle, llorando y pidiendo auxilio, diciendo: ¡Mi mujer se ha tirado al pozo!
Al rato, cuando ella salió del escondite, por poco la mata por haberlo
engañado.
JOSÉ “JARDERO”
José “Jardero” era un barbero llamado José Álvarez Brea,
nacido en el año 1920, que tenía la barbería en la calle Sevilla, y que tuvo
la desgracia de que su padre fuese víctima de la guerra de 1936. En la década
de los años 1960 al 1970, con dolor de su corazón, tuvo que emigrar a
Hospitalet (Barcelona), donde fundó la Peña de La Puebla de Cazalla y el Club de ancianos. Todos
los años regresaba a ver su pueblo querido, sus calles, sus casas, y una vez
hecho esto se marchaba satisfecho con su misión cumplida; para colmo tuvo la
desventura de perder la vista, encontrándose con la fatalidad de que ya no
podía ver a su Puebla querida, ver a sus apreciados paisanos, ya no podía ver
el pueblo donde vio por primera vez la luz del Sol. Así vivió unos pocos años
más, llorando y recordando a su querida tierra, hasta que falleció el 9 de abril de 1985.
Jardero componía poemas con referencias a la Puebla y a sus cosas,
entre ellos uno en el que compara la Puebla con Madrid. En su memoria se rotuló una
plaza en el barrio de “Los Pitufos” con el nombre de Plaza de
Jardero.
“LA
CHAVORA”
“La Chavora”
era una señora que vivía en la calle San Arcadio, tan gruesa que pesaba más
de doscientos kilos. Tenía una tien¬da y una casa de vecinos, tal vez la
última casa de vecinos que hubo en la Puebla.
“EL GALGO ELÉCTRICO”
Vino de otro pueblo, allá por los años 1960, un señor encargado de la
compañía Sevillana de electricidad, por haberse jubilado el que había aquí.
Este hombre era alto, fino, parecido al galgo; llevaba aquí ya una temporada
y aún no se había enterado de que en la Puebla se les apodaba a las personas que venían
de fuera. Cierto día, reunido con varios vecinos, dirigiéndose a ellos les
dice: ¿No dicen que aquí en la
Puebla bautizan a todo el forastero que llega? A ver si a
mí me bautizan. Entonces uno de los presentes en la reunión le contestó: Si
ya estás bautizado, te llaman “El Galgo Eléctrico”. Este se quedó
sin habla y cambiando de color.
El mote fue puesto muy acertadamente, por su delgadez y por su trabajo en la
electricidad.
EL PADRE MIGUELITO
El Padre Miguelito empezó viniendo a la Puebla de misionero en el año 1926, y tanto le
gustó la Puebla
que venía con frecuencia a dar catecismo a los niños y ayudar a Don Luis el
cura a enseñar la fe de Cristo y sus apóstoles. Éste organizaba meriendas en
los pinares, hacía gazpachos y repartía también unas bolsas de comidas.
Cuando se marchó se le cantó la siguiente canción:
Padre Miguelito,
no se vaya usted
que los niños lloran
que los niños lloran
si se va usted.
Padre Miguelito
no vaya a Pedrera
que todas las niñas
vamos a ser buenas.
JOSÉ CRUCES
José Cruces no era natural de La
Puebla, -nació en Algámitas (Sevilla), en el año 1905- pero
se puede considerar como hijo de la
Puebla, ya que se vino muy pequeño, al trasladarse con sus
padres y hermanos a esta localidad.
La venida de este buen hombre al mundo fue muy anecdótica: su madre,
embarazada, iba subida en una borriquita cargada de uva que iba a vender a El
Saucejo, y se vio ya algo indispuesta, así que esperando lo que pudiera
ocurrir, vendió la uva al por mayor para terminar lo antes posible, cosa que
no acostumbraba ya que siempre la vendía kileada . Cogió la borriquilla y la
carretera, y al llegar a una vereda antes de la Casilla o Choza, se echó
abajo de la borriquilla y dio a luz en el suelo en plena vereda.
Ya la distinguieron desde lejos unas vecinas, que se extrañaron al verla en
el suelo; acudieron enseguida y, recogiendo al crío, fue liado en una toalla
y llevado a la casilla, y todo acabó felizmente. Así vino al mundo esta
excelente persona, José Cruces. |